Biografía

Arthur Conan Doyle nació en Edimburgo, la capital escocesa, el 22 de mayo de 1859 y murió en Sussex, condado de Inglaterra, el 7 de julio de 1930. Como puede verse, es un hombre a caballo entre dos siglos: cuarenta y uno en el XIX y treinta en el XX. Y aunque buena parte de su vida, madurez y senectud, transcurre en nuestra centuria, es esencialmente una personalidad unida a la historia y la cultura decimonónicas, cuya influencia por lo demás se prolonga hasta los años previos a la Primera Guerra Mundial.
Crecido en el seno de una familia culta, con aficiones artísticas y literarias, el joven Arthur estudió en Stonyhurst antes de ingresar en la Universidad de Edimburgo, donde siguió la carrera de medicina. Resulta interesante destacar que su educación preuniversitaria la cumplió en un colegio jesuita; como su contemporáneo Chesterton, pertenecía a una familia de raigambre católica. Hay que destacar que en Gran Bretaña, país de mayoría protestante, ser católico era (y es) casi una originalidad, una excepción. Y como en d caso de Chesterton, el catolicismo en minoría solía producir una actitud más progresista y liberal dentro de la ortodoxia que la desarrollada en los países de tradición católica.
En el caso de Conan Doyle esta educación católica parece haber producido una actitud de distanciamiento religioso, probablemente debido a la clásica disciplina férrea de los jesuitas. En sus libros no se adviene una posición claramente antirreligiosa - aunque en EI mundo perdido hay algunas bromas sobre el dogmatismo religioso vencido por la ciencia -, sino más bien un agnosticismo algo escéptico, racionalista, que se encarna en los valores científicos que representan la actitud analítica, el espíritu investigador de los fenómenos de la naturaleza y la prueba experimental como vías lógicas para interpretar el universo.
Una definición aún más nítida de agnosticismo respetuoso se puede registrar en su novela La tragedia del <>, donde el clímax dramático se produce cuando un grupo de turistas blancos secuestrados por derviches del Sudán se niega a abjurar de su fe cristiana. La actitud del autor es más bien ética: admira sobre todo, en sus personajes, el valor moral de resistirse a una humillación que podía salvarles la vida, a cambio de abandonar una fe que en algunos es profunda pero en otros se advierte superficial. Sólo en su crisis crepuscular se inclina a una actitud metafísica; pero aun ésta, el espiritismo, es un camino que se aparta claramente de las religiones oficiales.
Aunque ya tenía afición a escribir, Conan Doyle opta por una carrera científica, la medicina. Se matrícula en la Universidad de Edimburgo, donde algunos de sus profesores inspiraron parcialmente caracteres de sus personajes principales, Sherlock Holmes y el profesor Challenger. Luego de algunas prácticas y viajes por mar como médico de la marina mercante, Conan Doyle establece su consulta en Southsea, entre 1882 y 1890. La medicina no será solamente - como lo fue en un principio- una opción destinada a apuntalar la economía familiar con una profesión liberal; con ella despuntan aficiones y aptitudes científicas: el espíritu de observación, el análisis lógico y deductivo, la inclinación a comprobar los hechos sin apriorismos dogmáticos. Por ello cabe inferir que esta formación científica añadida a la humanística y puramente litera-ría- tuvo gran influencia en los rasgos esenciales de sus más famosas criaturas de ficción: Sherlock Holmes y el profesor Challenger.
El primero es un investigador policíaco aficionado, que aplica a los problemas de misterio criminal un rigor lógico y deductivo propio de un científico; el segundo es un cabal hombre de ciencia, un naturalista insigne capaz de comprobar las más audaces teorías. El primero en concebirse fue el célebre detective de Baker Street; en 1887, mientras sigue practicando la medicina en la apacible estación balnearia de Southsea, publica su primer relato policíaco, Estudio en escarlata. El éxito no fue inmediato y solo dos años después, el Strand Magazine empieza a publicar otras aventuras de Sherlock Holmes que comienzan a difundirse hasta alcanzar una enorme popularidad. En 1890 aparece El signo de los cuatro, a la cual siguen, entre otros títulos, Las aventuras de Sherlock Holmes y El sabueso de los Baskerville, esta última, sin duda, la mejor de las novelas largas dedicadas a este personaje. La fama y la riqueza asaltan ya al joven médico de Southsea, que a principios de 1891 abandona la profesión para dedicarse enteramente a la literatura.
El éxito sorprendente del personaje del detective cerebral y misógino supera sus previsiones, se convierte en prototipo universal y lo excede hasta eclipsarlo en la opinión del lector. No es casual, por eso, que tratase de librarse del mismo en varias ocasiones, hasta que el clamor de editores y público le obligó a resucitarle. Sin embargo, ya desde 1889 trataba de ocupar ese espacio con libros más "serios", como Michael Clarke (1889), La guardia blanca (1891), Las hazañas del Brigadier Gerard (1896) y Rodney Stone (1896). Pero ninguno de ellos alcanzó la difusión obtenida por su "saga" de Holmes.
Conan Doyle era - y lo será hasta bien entrado el siglo XX - un caballero británico del Imperio, conservador con algún tinte escéptico, patriota y defensor del sistema colonial, al que apoyará públicamente al defender la política exterior de Inglaterra en algunos conflictos espinosos, como la guerra contra los colonos bóers de Sudáfrica. En esta guerra (1899-1902) y en la lucha contra la rebelión de los derviches en el Sudán, ocurrida poco antes (en 1898), el autor retorna brevemente a su profesión de médico, para poder satisfacer su patriotismo y - seguramente- su espíritu aventurero...
En la guerra bóer, Conan Doyle no se limitó a participar como oficial médico, sino que publicó un libro -La gran guerra bóer (1900) - destinado a defender, ante el mundo, las razones y los hechos que respaldaban la posición inglesa en esta guerra de conquista contra los colonos bóers (de origen holandés), que se habían establecido en los ricos territorios sudafricanos.
Con Arthur Conan Doyle (con título de "Sir", baronet, desde 1902) sucede hasta cierto punto lo mismo que con Rudyard Kipling, el famoso poeta del Imperio. Ambos representan epígonos literarios de la triunfante expansión inglesa por el mundo y cantan sus glorias y superioridad. Algo de esto se vislumbra en El mundo perdido, pero aún más en una de sus novelas de aventuras, La tragedia del "Korosko". Esta, fruto de sus experiencias en la guerra de los derviches, en el Sudán anglo-egipcio, relata el secuestro de unos turistas blancos, que caen en manos de derviches adeptos al Mahdi. En todo el libro se contrasta la dignidad y valor moral de los cautivos con la "barbarie" de los nativos. Sucede que en 1898 era difícil para un inglés (o para un europeo) admitir que otros pueblos, de cultura, raza y religión diferentes podían tener derecho a luchar por su independencia. El imperialismo colonial - como sucederá en Asia y luego en América - invadía África y sus riquezas materiales con el pretexto de introducir la civilización...
Sin embargo, como el mismo Kipling, deberá asistir al lento decaimiento de los dominios ingleses de ultramar y de los valores victorianos - tan sólidos como equívocos -, que van siendo atacados por infinidad de conflictos, entre ellos la progresiva conciencia social de las masas populares. Son las consecuencias de una vida física muy larga. La Primera Guerra Mundial (1914-1918) será el choque más fuerte; desde entonces el mundo cambia más rápidamente, las contradicciones sociales se aceleran y la prosperidad de la metrópoli desciende. Por añadidura, su propio hijo es uno de los muertos en el gran holocausto.
Paralelamente estas profundas conmociones sociales y políticas se ven acompañadas por las revoluciones estéticas de la nueva época; el expresionismo, el dadaísmo, el surrealismo, las nuevas tendencias de la poesía y la novela, con las decisivas figuras de Marcel Proust, Guillaume Apollinaire o James Joyce, no llegan a rozar a Conan Doyle, cuya obra pertenece ya a otra época, ya definitivamente sepultada por las turbulentas crisis de los años 20.
Él vivirá hasta 1930, pero su antigua y febril actividad, que alternaba la fecundidad literaria con la curiosidad científica, la política, la guerra y el deporte (fue un buen aficionado al boxeo), se hace más esporádica y alejada. Una de las causas, más allá del paso del tiempo, es entrañable y trágica: la muerte de su hijo en la Gran Guerra, que será motivo de su vuelco a las prácticas espiritistas, a las cuales dedica también su antigua propensión investigadora. Pocos años antes de su muerte consagrará a esta creencia parapsicológica una de sus últimas obras, Historia del espiritismo, escrita en 1926.
Resulta curioso constatar que Conan Doyle, como otros distinguidos intelectuales y científicos conocidos por su actitud escéptica frente a la religión y por su racionalismo pragmático, sufre en su vejez una crisis espiritual que lo lleva a una experiencia parapsicológica rechazada por las Iglesias oficiales, el espiritismo, que buscan como una respuesta o un reaseguro ante la angustia de la muerte y la nada. Este camino lo siguieron por ejemplo, Sir Oliver Lodge y William Crookes (el descubridor de los rayos catódicos).
Sin embargo, el Conan Doyle que conocemos a través de sus obras mayores no es ese anciano angustiado en el crepúsculo de su vida, aislado ya de un mundo que ha trastocado todos los valores que había sostenido. Ya sea en sus populares relatos de misterio, en sus novelas históricas o en sus espléndidas fantasías científicas, el autor de El sabueso de los Baskerville y El mundo perdido es un escritor lleno de humor e imaginación, menos profundo y conflictivo que Joseph Conrad, no tan poético y sutil como Robert Louis Stevenson, pero mucho más ingenioso y rico que H. G. Wells. Con ellos, de todos modos, forma la pléyade creadora de la gran novela de aventuras, un universo vívido y palpitante que se irá perdiendo en la literatura de nuestro siglo.
Para entender su ubicación exacta en el mundo de esta literatura, aunque sus obras mayores resultan ya intemporales, hay que recordar que la mayor parte de sus libros pertenecen a las postrimerías del siglo XIX y los principios del XX. Optimista y escéptico a la vez, Conan Doyle es un hijo característico del mundo europeo que se cierra en los albores de la Gran Guerra, con los chisporroteos amables y decadentes de la "belle époque".